Fragmento de relatos no eróticos de casi ficción 3.01.1

Cristina esperaba sentada en aquella banca roja que combinaba con los lunares en sus medias. Pensaba que veía las piernas de otra persona pues estaba acostumbrada a vestir sus jeans deslavados. De la bolsa lateral de su mochila se alcanzaba a ver aquella novela que Porfirio había comprado en la calle. El libro hablaba de dos personas con días similares entre plantaciones de arroz en china y té en darjeeling, dos cosas que Cristina nunca había visto en persona. Mientras recordaba la imagen en su mente sobre pies descalzos en los surcos de tierra, Cristina miró por la ventana y observó detenidamente la interminable hilera de ventanas con marcos de metal que sostenían placas de vidrio pintado de gris. Reflejaban  el sol de las tres de la tarde que se colaba de a poco entre las nubes perfectamente blancas como si de un campo de algodón se tratara. La luz salía en un tono verde como retando a todo el que miraba por la ventana a sumergirse en un océano con arrecifes hechos de metal y cristal.

Era ella, viajando a otra realidad mientras esperaba sentada, haciendo justo lo que le molestaba de Porfirio. Mientras imaginaba pequeños peces con cabeza en forma de engrapadora, sacudió la cabeza como queriendo borrar de su mente esas ideas delirantes.
Al ver a Cristina, la mujer que limpiaba el final del corredor se detuvo por completo. Miró fijamente la escena tan peculiar como tratando de averiguar si algo raro estaba sucediendo. Cristina hundió la cabeza entre los hombros buscando disuadir la atención no solicitada.

Moría por abrir la puerta de las escaleras y bajar corriendo los once pisos que la separaban de la calle llena de árboles. – Odio el aire que llega a través de ductos- Pensó mientras miraba la rejilla llena de polvo y ponía su bufanda verde sobre la nariz. Había pospuesto suficientes veces aquella primera consulta con su nueva psicóloga y el hecho de buscar de nuevo a alguien más la motivó lo suficiente como para mantener sus pequeñas zapatillas deportivas atornilladas al suelo.

Recordó que Porfirio le había entregado un pequeño Sobre justo antes de salir de casa pero entre las peripecias de trasladarse de lado a lado de la ciudad y el fastidio de conocer a la nueva persona que escucharía sus más íntimos pensamientos por los próximos meses ella no pudo siquiera abrir aquel sobre rojo hecho con papel reciclado. –Me pregunto qué habrán reciclado para fabricar este lindo sobre-. Le sobrevino la idea de alguna persona que, con el pesar de un corazón roto, tiró a la basura una interminable pila de obsequios del día del amor y la amistad.

Mientras buscaba entre todas las cosas dentro de su mochila y justo cuanto por fin encontró aquel sobre rojo  bajo un perón, alguien dijo su nombre en voz alta. Suspiró profusamente y se dispuso a cruzar la puerta que la llevaría a otra realidad. – Supongo que las consecuencias de esa pequeña carta tendrán que esperar hasta la próxima sesión- Pensó mientras tomaba el pomo de la puerta.


Dos minutos para las 2

Dos minutos para las 2 y los párpados te pesan más que la negrura de la noche. Sin embargo te embriagas del ruido blanco de la radio y com...