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Seguimos leyendo la historia del corazón de metal y la lluvia de papel. Nos fatigamos de las miradas espesas y el tacto cálido de la muchedumbre. Cambiamos los números reales por los irreales y maquinamos versos de tonalidades grises.
Nos miramos las manos, aunque sin sentido, repetidas veces hasta que se nos hacen extrañas a nuestra realidad. Como veredas con sauces sin sombra y susurros de arroyos que sueñan con la luna sonriente de alguna noche de otoño.
Somos tamiz y cera, carmesí y amatista que se empecinan en tratar de recrear nuestras miradas cristalinas al roce de los rayos difusos del sol que busca soñar con despertar y soñar despierto.

Tantos sueños y mi anhelo tan aferrado a la voluntad del desvelo.

Chrysanthemum


No pude escuchar mientras te ponías las zapatillas rojas. De prisa. Corriste debajo del marco de la puerta con premura cuidando el tacto de tus dedos para no girar con demasiada rapidez la perilla de metal. Cuando desperté no pude recordar las palabras que tus labios decían después de besarme la frente. Solo recuerdo tu espalda que me decía adiós a la distancia mientras te veía borrosa cruzando la esquina en la que se encuentran las escaleras, justo después del florero azul con crisantemos marchitos.
No había respuesta posible para el silencio.
Tu aroma aun garabateando en el cuarto como una colonia de hormigas. De manera sistemática regresaba a mis suspiros.
Esquivé montañas de papeles y libros que crecían sobre el piso para ir al a la estancia y corroborar que te habías marchado. Absolutamente. Sin el mínimo resquicio de duda. Solo éramos los crisantemos muertos, las sabanas empapadas de sudor, el silencio, mis pies congelados, mis suspiros, el café frio, tu recuerdo y yo.
Me hubiera gustado saber tu nombre. O por lo menos el de tu perfume.

Manto estelar.


No puedo medir el tiempo con mis manos enrojecidas por chocar mis palmas repetidas veces tras el aleteo de los moscos que llevan dentro de si mi sangre. Comparo cada mancha de la pared rosada tratando de encontrar similitudes entre sus puntos discontinuos y aquel millar de estrellas que miramos a la mitad de una carretera sin nombre, a las 2 am, junto a una nopalera que, según nuestra imaginación, escondía un par de miradas que nos escudriñaban mientras nuestro mentón se posaba hacia el espacio y nuestros ojos se fijaban en las inconmensurables estrellas. No es como si nuestros propios nombres importaran. Ante aquella escena te enmudece la mente. Mil pellizcos no podrían llevarte a la conclusión de que no estás sumergido en un sueño ni existe compendio de libros alguno que te lleve a sentir la realidad mientras ves miles de millones de puntos blancos sobre de ti.
Ahora que trato de racionalizar todo esto me parece más vano que en aquel momento. Después de todo, ¿Quién no ha escrito sobre el manto estelar?


Dos minutos para las 2

Dos minutos para las 2 y los párpados te pesan más que la negrura de la noche. Sin embargo te embriagas del ruido blanco de la radio y com...