El perder y comenzar de nuevo.

El perder y comenzar de nuevo.
Llorar hasta quedar seco.
Pulmones hechos puré y dedos chuecos.
El hueco en el estómago, tiras de papel y bocetos inservibles.
Hundirse y buscar el fondo.

La noche y su perfume.
Deconstruir y no volver al punto de origen.
Pensarte hasta el hastío
Odiarte, amarte, odiarte y olvidar de nuevo.
El orden cíclico del caos en tus pupilas.

Fragmento de relatos no eróticos de casi ficción 6.1.1

El dedo índice de Helena salta entre los lunares azules del mantel. Trataba de sofocar el incendio tempestivo que provocaba el recuerdo de Porfirio.
Había algo que sobrevivía de la plática que habían tenido por la mañana.
-Los pequeños momentos, las minucias que se esconden entre frase y frase, lo reconfortante en lo amargo del café por la mañana; Esas son las cosas que transforman a lo trivial en un recuerdo duradero- Le dijo Porfirio mientras tomaba la taza de café entre sus manos y le daba pequeños sorbos no sin antes devorar su aroma por la nariz.

Al principio Helena pensó que era pretencioso pero después todo parecía tener sentido. Ese momento que compartieron en aquel café durante una mañana de otoño sería una memoria que perdurará por mucho tiempo en el baúl de los recuerdos de Helena.

El pecho de Helena comenzó a agitarse con un golpeteo violento que venía de su corazón.
Podía sentir como la sangre recorría su rostro. Sus mejillas cambiaron de color. Porfirio ocupó el pensamiento de Helena toda esa mañana. Mientras ella caminaba hacia su casa; No podía olvidar la cálida sonrisa en su rostro, o la tranquilidad que transmitía al tomar su mano.

En cuanto Helena cruzó el umbral de su departamento se percató de que no tenía luz.
Cruzó la pequeña estancia en donde estaba un pequeño sofá gris y una lámpara de piso, abrió las cortinas y la luz del edificio de  enfrente se coló por la única ventana que tenía la habitación. Se sentó en el descansa brazos del sofá y miró atentamente a un par de siluetas que bailaban entre las sombras en el edificio de enfrente.

De pronto recordó de nuevo ese momento con Porfirio. Esta vez el roce de su mano aparecía como una puñalada y la sonrisa como agujas debajo de sus uñas. El llanto brotó en sus ojos sin que Helena pudiera contenerlo. Ella sabía que en la vida de Porfirio solo había lugar para Cristina.

Se quitó las zapatillas y se recostó en el sofá. Permitió que la oscuridad escondiera sus sollozos. Entendió por fin que la tristeza llegó a través de lo reconfortante que había sido el momento en aquel café con manteles de lunares azules. Lo efímero de ese instante que posiblemente nunca se repetiría.

Dos minutos para las 2

Dos minutos para las 2 y los párpados te pesan más que la negrura de la noche. Sin embargo te embriagas del ruido blanco de la radio y com...