Dos minutos para las 2

Dos minutos para las 2 y los párpados te pesan más que la negrura de la noche. Sin embargo te embriagas del ruido blanco de la radio y comienzas a mover tu índice compulsivamente intentando calmar la tempestad de pensamientos inoportunos que inundan tu mente.

 Te das cuenta de que no se trata de dar tu mejor esfuerzo. Lo importante es saber cuando ocultarse de la tormenta antes de terminar bajo el agua. No importa si nadas hacia la orilla o sucumbes al vaivén de las olas que arrastran tu cuerpo mar adentro. Hay mareas que te enamoran con su caricia salada y burbujas minerales. Al final todos flotamos en un vórtice hacia la locura.

Hoy te toca fingir que sabes de qué va la vida y sigues a la gente que hace fila en el subterráneo, que se agazapa en el vagón para llegar a un trabajo en el que, apenas al sentarse en frente de su escritorio, anhelen el regreso a casa. Tomas una secuencia de decisiones lógicas que te llevan siempre al mismo resultado. En el eco de tu fría oficina resuena la voz de un deseo anestesiado por el ajetreo diario.

De vez en vez haces pequeñas pausas para soñar despierto y enjugarte los labios pensando en pasiones caducas. Hay días en los que simplemente te apetece permanecer inerte. Hay otros tantos en los que el dolor te inmoviliza simple y llanamente. Se te traba la quijada y escondes el rostro entre tus rodillas. Pero siempre hay más al final del túnel. No necesariamente luz. Hay veces que el perderse en la infinidad de un vacío limpia todo el ruido de fondo y nos permite respirar a nuestro ritmo.

 No hay verdades absolutas.

 Hay deseos que no mueren y recuerdos que te sacan las entrañas.

 Lo demás es vanidad.

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