Fragmento de relatos no eróticos de casi ficción. 4.1.1



2: 30 am.
Las cortinas fallan en contener la luz artificial. Puedo escuchar a dos pequeños roedores mostrándose los dientes frente a un poco de carroña. Un par de tacones azules avanzan hasta la esquina de la calle. El golpe de sus agujas va cambiando de cadencia, haciéndose más lento mientas llega a su destino. Puedo cerrar los ojos pero aún sigo viendo paisajes parcos y constelaciones de miradas que se me han quedado grabadas a hierro detrás de los párpados.  Las inconsistencias en el futon causan estragos en mi espalda. Mi capacidad pulmonar no me permite dormir boca abajo. Supongo que la posición fetal es solo un recurso.

Me paro de golpe y miro el cuadro que cuelga sobre la pared con una esquina más inclinada que la otra. ¿Qué es el arte sino un discurso asimétrico que busca reflejar una realidad que se niega a ser definida?

Pensé en aquello que Erri De Luca dijo una vez: Los escritores son como lugares. Me gustaría ser un paraje de ocasión. Un parque solitario en donde se esconden las parejas a compartir un sándwich de prosciutto. Una realidad diferente y un tiempo discontinuo. La posibilidad de soñar permanentemente y sin embargo caer de vez en cuando a un costado de la cama.

El frio cala los huesos. Generalmente duermo rápido cuando la temperatura es tan baja pero hay algo que me pica en el pecho. Un recuerdo persistente me taladra la sien; Las rallas de tu vestido coqueteando con el aire cálido de la tarde. Dudé un instante pensando en que pudo haber sido todo un sueño. Después de todo tú te veías diferente. Además no sería la primera vez que sueño contigo. Como aquella vez que soñé que vestías aquel vestido rojo. Caminábamos despacio mientras nuestras voces se perdían en el bullicio de la noche. Solo tú y yo sabíamos lo que nuestros labios dejaban escapar. Te lo conté, ¿recuerdas? Te dije que había soñado contigo cuando me mandaste aquel mensaje. Es curioso; recordé aquel sueño solo hasta que leí esas 3 líneas en la pantalla. Tú lo llamaste coincidencia. A veces me gustaría dejar todo al azar pero, ¿Qué es el azar sino una avalancha inconmensurable de  pequeñas decisiones que alguien más hizo por nosotros?

Fragmento de relatos no eróticos de casi ficción. 2.0.1



Porfirio buscaba la manera de definir el color de los ojos de cristina mirando aquella fotografía. Buscaba diferentes ángulos y trataba de que la pequeña lámpara iluminara de distintas maneras la imagen en donde su musa vestía aquel sombrero marrón. Era como un remanso de tranquilidad que vertía segundos extras a los minutos del reloj que de manera implacable le iba restando momentos a la tarde. Escapaban del verde matinal de los jardines citadinos y se escondían del café que suelta el primer hervor por la mañana antes de que sea reciclado por primera vez en los termos eléctricos.

De pronto un detalle casi imperceptible ocupó el pensamiento de Porfirio. Una mujer que tomaba una tizana en la mesa del frente doblaba un papel. Siempre a la mitad. Parecía que en cada doblez le sería imposible continuar con el siguiente y sin embargo, ella mostraba una pericia sobrehumana para hacer cada vez más pequeña la cuadrícula de esa hoja con la tira de papel arrancada de la espiral aun colgando de una esquina.

La mujer se paró de manera violenta y tomó su bolso para sacar un billete que tenía en algún rincón de un monedero rojo. Lo puso en la mesa y apoyando las dos manos sobre el centro del billete deslizo sus dedos hacia los extremos para aplanarlo. Mientras salía y sonaban las campanillas que cuelgan sobre el umbral de la puerta, Porfirio se dio cuenta de que nadie notaba su partida. Suspiró profundamente y se apresuró a acercarse de manera discreta para tomar aquella hoja que quedó debajo del plato diminuto en el que había quedado la taza aun con la mitad de la tizana de moras. 

Lo llevó al fondo del bolsillo derecho de su abrigo y permaneció apoltronado en el fondo. Tomaba aquel papel entre sus dedos índice y pulgar a cada paso que daba para asegurarse de que aun estuviera ahí. Se apresuró a bajar las escaleras para asegurarse de tener tiempo suficiente para contemplar el papel y si fuera necesario, deconstruirlo cuidadosamente para encontrar el significado de esos dobleces. Se sentó en una banca del metro mientras seguía tocando aquel papel escondido en su bolsillo mientras se miraba las botas algo mojadas por los charcos que sin darse cuenta pisó de camino a la estación.

Por fin se decidió a sacar el papel y comenzó a desdoblarlo. Con cada movimiento que hacia iba descubriendo algo escalofriante. Al desdoblar el último pliegue se descubrió a sí mismo. Ahí estaba, capturado de manera apoteósica, Porfirio.  
-Los soñadores a veces no somos transparentes-Pensó.



Dos minutos para las 2

Dos minutos para las 2 y los párpados te pesan más que la negrura de la noche. Sin embargo te embriagas del ruido blanco de la radio y com...