Dream (or the memory) of a tunder...

We are upset
The tempest it’s getting closer
Hold your dear ones
Promise them
that you will be there
for your flesh
Scaring away the mosquito
Holding the hand of your sister

Remain calm
Above all
 justice will prevail
No resignation
No pain
No evil through the door
Get sleepy
Take the sweetest dream under your pillow

Come home before the dawn
There is some fresh apple pie on the oven
No one gets behind
We aren´t forgetting
Just forgiving
the storm it’s coming
You better make sure to take shelter
Acknowledge your truth

De Porfirio a Cristina. (Epístola 11)



No sé si es por mi paranoia a los mosquitos o el deseo persistente de escribir  pero sigo despierto. El tic tac del reloj de pared acompaña al golpeteo de las teclas. Aun no entiendo que hace ese viejo reloj en la pared porque siempre se atrasa y nunca puedo saber la hora exacta. Supongo que tampoco importa.
Te mentí esa noche en la cual me preguntaste 27 veces si aún pensaba que tus manías más complejas seguían siendo lo que inspiraban a mis escrituchos nocturnos. En realidad ahora escribo de cosas más simples. Cuando intento escribir sobre tu sonrisa o sobre tus lunares me siento transparente. Es como si fuera vulnerable a cada influjo de aliento que navega por tu cuerpo. Me siento apegado a tus pequeños trazos. Por eso miento y escribo de desamor. Me escondo en las pequeñas historias de transeúntes y describo detalladamente plazuelas con pequeños cafés con un aire romántico y músicos tocando jazz en una noche helada. Me diluyo en mis historias. Me escondo detrás de cada personaje que se pierde en sus pensamientos. Cada vez que alguien esconde una carta debajo de la almohada o cuando Porfirio sueña peces dorados en el armario.

Tuyo es cada café que toman y para ti todas las dudas y los comentarios a pie de página.
Igual no hace falta ninguna dedicatoria.
Algún día…
En el este de Grecia y con John Coltrane de fondo te daré esa pequeña ilustración en donde estás tomando el sol bajo un vestido con patrones asimétricos.
Hasta entonces.

No se puede.



Sueño etéreo.
Abrigas los anhelos de un imaginante en alquiler
Pequeños deseos del tamañano de un penique
esperando a ser acuñados
con el escudo de una nación imaginaria.
Nos volcamos en caída libre
buscando un resquicio
 donde podamos reflejar nuestros rostros.
Piel marcada con hierro.
Pies que dejan sus ganas en la tierra humeda.
El camino no escucha nuestros nombres.
Son nuestros rostros cansados
 que absorben el devenir de las fachadas parcas.
Ruinas apoltronadas en las esquinas.
Cal en las heridas y un humor agrio en los corazones.
Poetas mudos que empeñaron la tinta por un pan.
Las raciones de un régimen que no dio tregua
 a los que no pensaban en rojo.
No hay vino espumoso
El ocaso no importa.
Siempre somos víctimas y victimarios
 del mismo desenlace.
Sal en las heridas y olvido a la razón.

La otra Ofelia (Fragmento de relatos no eróticos de casi ficción).



“A veces floto. Como una luna perdida bajo la influencia de tu gravedad. A veces soy como un trazo al aire y luego como roca me empecino en permanecer inerte en el despeñadero. Contigo no hay camino más corto. Siempre nos perdemos en la espiral de tu caminar errante. Y las veces que puedo leerte te encuentro borrosa. Como si las letras no reconocieran a mi dedo índice. Me ofusco con el aroma de las hojas recicladas. El esperar es lo que en realidad me mata…
Pero a veces te paseas por acá. Te sostienes apenas de la orilla y te asomas a verme errar. Sin camino pero con rumbo”. 

No hay lilas ni nardos. Flotan sobre los lirios y pequeños pedazos de papel. No reconozco la letra pero sé que se escaparon de alguna Ofelia. No la de John Everett Millais. Una que no soportaba la idea de ser una musa itinerante. No es que no se viera atraída por la idea de ser una gitana con pandero en mano. Era la incertidumbre de amar a un escritor que manchaba los puños de sus camisas con tinta china. Él decía que no podía escribir a través de una máquina. –Una maquina no puede entender lo que la carne entiende- Decía.

Yo me asusté. Como un simple espectador terminé atrapado bajo el enigma que contenían las flores de la falda de su Ofelia.

Dos minutos para las 2

Dos minutos para las 2 y los párpados te pesan más que la negrura de la noche. Sin embargo te embriagas del ruido blanco de la radio y com...