Cristina esperaba sentada en aquella banca roja que
combinaba con los lunares en sus medias. Pensaba que veía las piernas de otra
persona pues estaba acostumbrada a vestir sus jeans deslavados. De la bolsa
lateral de su mochila se alcanzaba a ver aquella novela que Porfirio había
comprado en la calle. El libro hablaba de dos personas con días similares entre
plantaciones de arroz en china y té en darjeeling, dos cosas que Cristina nunca
había visto en persona. Mientras recordaba la imagen en su mente sobre pies
descalzos en los surcos de tierra, Cristina miró por la ventana y observó
detenidamente la interminable hilera de ventanas con marcos de metal que sostenían
placas de vidrio pintado de gris. Reflejaban el sol de las tres de la tarde que se colaba de
a poco entre las nubes perfectamente blancas como si de un campo de algodón se
tratara. La luz salía en un tono verde como retando a todo el que miraba por la
ventana a sumergirse en un océano con arrecifes hechos de metal y cristal.
Era ella, viajando a otra realidad mientras esperaba sentada,
haciendo justo lo que le molestaba de Porfirio. Mientras imaginaba pequeños
peces con cabeza en forma de engrapadora, sacudió la cabeza como queriendo borrar
de su mente esas ideas delirantes.
Al ver a Cristina, la mujer que limpiaba el final del corredor se detuvo por completo. Miró fijamente la escena tan peculiar como tratando de averiguar si algo raro estaba sucediendo. Cristina hundió la cabeza entre los hombros buscando disuadir la atención no solicitada.
Al ver a Cristina, la mujer que limpiaba el final del corredor se detuvo por completo. Miró fijamente la escena tan peculiar como tratando de averiguar si algo raro estaba sucediendo. Cristina hundió la cabeza entre los hombros buscando disuadir la atención no solicitada.
Moría por abrir la puerta de las escaleras y bajar corriendo
los once pisos que la separaban de la calle llena de árboles. – Odio el aire
que llega a través de ductos- Pensó mientras miraba la rejilla llena de polvo y
ponía su bufanda verde sobre la nariz. Había pospuesto suficientes veces
aquella primera consulta con su nueva psicóloga y el hecho de buscar de nuevo a
alguien más la motivó lo suficiente como para mantener sus pequeñas zapatillas deportivas
atornilladas al suelo.
Recordó que Porfirio le había entregado un pequeño Sobre
justo antes de salir de casa pero entre las peripecias de trasladarse de lado a
lado de la ciudad y el fastidio de conocer a la nueva persona que escucharía
sus más íntimos pensamientos por los próximos meses ella no pudo siquiera abrir
aquel sobre rojo hecho con papel reciclado. –Me pregunto qué habrán reciclado
para fabricar este lindo sobre-. Le sobrevino la idea de alguna persona que,
con el pesar de un corazón roto, tiró a la basura una interminable pila de
obsequios del día del amor y la amistad.
Mientras buscaba entre todas las cosas dentro de su mochila
y justo cuanto por fin encontró aquel sobre rojo bajo un perón, alguien dijo su nombre en voz
alta. Suspiró profusamente y se dispuso a cruzar la puerta que la llevaría a
otra realidad. – Supongo que las consecuencias de esa pequeña carta tendrán que
esperar hasta la próxima sesión- Pensó mientras tomaba el pomo de la puerta.