Después de todo, la noche resplandece con un talante curioso, inconspicuo, latidos perpendiculares. Así, los ánimos te saben a cristal, caminas sin rumbo, tu sombra te pierde de vista, te detienes un momento sentada en una banca bajo un abeto blanco que parece no tener fin, como si pudiera besarle las pestañas a Casiopea. El rumbo se apetece misterioso y el destino distante nos conmina a contar nuestros pasos.
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