Epístola sin Destinatario.

Me quedé parado, quieto, estacionado entre la multitud que miraba los cuadros azules de mi camisa. No encontraba el momento de cortar la fila infinita de personas con rostros cansados. Solo necesitaba un paso. Me imaginaba sobre los arcos de el edificio gris que descansa en la esquina de la calle, apoltronado en la orilla de un balcón. 
Me pegunto como hace la gente en esta ciudad para encontrar un resquicio de sombra, un pedacito de silencio que les permita escuchar sus pensamientos.
Me quede aquí, sin tiempo, con el corazón dormido y en mi mente una sinfonía de pensamientos. Las hebras de tu cabellos me pintaron la mirada. No puedo volver, a antes, a cuando me movía.  
Tu recuerdo me dejo los pies de plomo, hundido, el asfalto hasta los tobillos y una avenida de sensaciones. Los músculos de mi cuello esperan el regreso de tus dedos chuecos.
 Regresa, comamos miel de los desiertos andinos y cortemos lilas del jarrón de la vecina. Hay que hornear aquel pastel de moras que nunca nos queda y repasemos las lineas de ese poema de Benedetti que tanto nos quitó el sueño. Sigo empecinado a que volvamos a ser un par de extraños,  enamorarme una y otra vez de tus mas rojos defectos, portar en mi mente tu rostro anodino y memorizar la galaxia de tus lunares.

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