Hoy me decidí a hablarle de frente. Primero intenté por
todos los medios comunicarme con usted de otra manera. Lo primero que hice fue pararme en el canto de su puerta y susurrar su
nombre esperando que, al pasar hacia el refrigerador en busca de crema para su
té, caminara hacia mí y pudiera sincerar mis pensamientos. Luego escribí una
carta en la que recogía varios poemas que son parte de una antología que lleva
su nombre. Pensé después –quizás ella no entienda por qué en mis escrituchos
hablo de la constelación de lunares que viven en su cuello o de las dos pausas
que siempre hace para reírse. Pensé también en salir al tiempo que sale a
recoger el periódico matutino. Pero mis pijamas multicolor no me favorecen y se
vería un tanto extraño que saliera a las 6 de la mañana enfundado en mi
chaqueta de tweet con parches en los codos y mi corbata con flores colgando de
mi cuello. ¿A dónde podría ir a esa hora una persona que no ha publicado un
libro en 15 años?
Por eso le hablo de frente, aunque separados por esta pared
que para mi buena fortuna parece de papel.
-Él continúa su soliloquio hasta que ella le interrumpe.
¿Que por qué grito?
Solo intento que lleguen a sus oídos las palabras que había guardado
todos estos días.
No no, no puedo salir al pasillo ahora.
-Ella insiste.
Podemos platicar en el balcón para que no me falté el aire
en caso de que tenga un repentino ataque de ansiedad.
Dime-le dice ella sosteniendo una taza de té de menta- ¿Cómo
sabes que tomo mi té con leche?
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