no lo recuerdo.


El humo de tu incandescente sentido del humor me pinta de gris el hígado mientras me voy pensando la manera de guardarme tus quejas en el bolsillo del saco que nunca me pongo y regalárselo al hombre que vive en la copa de un árbol frente a mi ventana.
Uno se va cansando de los hombres con cabeza de caballo y de las medusas que te chupan la medula hasta dejarte las ideas secas. En el circo de la realidad todos somos espectadores de nuestras propias rarezas.
Nos buscamos en un mural colgante pero no podemos encontrarnos entre las fotos de seres sin rostro y con el alma desnuda. Somos la pasión intermitente, la salida de emergencia de algún edificio en llamas, vestigio de una civilización perdida entre las riñas dominicales y el aroma dulce que misteriosamente llego a mi corbata y tu hallaste después de una búsqueda fortuita.  
Y el final que nos demuestra que es un cliché decir que el amor es un cliché.
Nos golpeamos los labios con un beso.

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