Chrysanthemum


No pude escuchar mientras te ponías las zapatillas rojas. De prisa. Corriste debajo del marco de la puerta con premura cuidando el tacto de tus dedos para no girar con demasiada rapidez la perilla de metal. Cuando desperté no pude recordar las palabras que tus labios decían después de besarme la frente. Solo recuerdo tu espalda que me decía adiós a la distancia mientras te veía borrosa cruzando la esquina en la que se encuentran las escaleras, justo después del florero azul con crisantemos marchitos.
No había respuesta posible para el silencio.
Tu aroma aun garabateando en el cuarto como una colonia de hormigas. De manera sistemática regresaba a mis suspiros.
Esquivé montañas de papeles y libros que crecían sobre el piso para ir al a la estancia y corroborar que te habías marchado. Absolutamente. Sin el mínimo resquicio de duda. Solo éramos los crisantemos muertos, las sabanas empapadas de sudor, el silencio, mis pies congelados, mis suspiros, el café frio, tu recuerdo y yo.
Me hubiera gustado saber tu nombre. O por lo menos el de tu perfume.

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