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Seguimos leyendo la historia del corazón de metal y la lluvia de papel. Nos fatigamos de las miradas espesas y el tacto cálido de la muchedumbre. Cambiamos los números reales por los irreales y maquinamos versos de tonalidades grises.
Nos miramos las manos, aunque sin sentido, repetidas veces hasta que se nos hacen extrañas a nuestra realidad. Como veredas con sauces sin sombra y susurros de arroyos que sueñan con la luna sonriente de alguna noche de otoño.
Somos tamiz y cera, carmesí y amatista que se empecinan en tratar de recrear nuestras miradas cristalinas al roce de los rayos difusos del sol que busca soñar con despertar y soñar despierto.

Tantos sueños y mi anhelo tan aferrado a la voluntad del desvelo.

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