Camino a la Z



Somos los compases que nunca se repiten en los solos de saxofón de John Coltrane.
La niebla que disipa los detalles y deja a la imaginación las cornisas y el color de los parachoques en los automóviles que nos avisan de su existencia a través del tintineo de sus luces rojas.
Miramos poco para imaginar más. No unimos los puntos. Creamos constelaciones de figuras que se combinan para formar otras tantas.
Recogemos pequeños versos escritos en servilletas que se apoltronan en el contenedor que está en el callejón detrás de nuestro café favorito.
Como un pequeño tren fuera de riel y a la vez cumpliendo patrones que en su entropía nos ayudan a trazar nuevos mapas.
Somos exploradores perdidos. Guiados por estrellas citadinas.
Nos releemos para viajar al punto de partida. Vastos ríos de tinta corriendo sobre paredes de papel. Laberintos cíclicos e impenetrables desde el exterior. Con el césped que solo nuestros pies han calzado. Aquellos que nacimos perdidos. Ensimismado.
Un compendio imaginario que aún no llega a la “z”.

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