De Porfirio a Cristina. (Epístola 11)



No sé si es por mi paranoia a los mosquitos o el deseo persistente de escribir  pero sigo despierto. El tic tac del reloj de pared acompaña al golpeteo de las teclas. Aun no entiendo que hace ese viejo reloj en la pared porque siempre se atrasa y nunca puedo saber la hora exacta. Supongo que tampoco importa.
Te mentí esa noche en la cual me preguntaste 27 veces si aún pensaba que tus manías más complejas seguían siendo lo que inspiraban a mis escrituchos nocturnos. En realidad ahora escribo de cosas más simples. Cuando intento escribir sobre tu sonrisa o sobre tus lunares me siento transparente. Es como si fuera vulnerable a cada influjo de aliento que navega por tu cuerpo. Me siento apegado a tus pequeños trazos. Por eso miento y escribo de desamor. Me escondo en las pequeñas historias de transeúntes y describo detalladamente plazuelas con pequeños cafés con un aire romántico y músicos tocando jazz en una noche helada. Me diluyo en mis historias. Me escondo detrás de cada personaje que se pierde en sus pensamientos. Cada vez que alguien esconde una carta debajo de la almohada o cuando Porfirio sueña peces dorados en el armario.

Tuyo es cada café que toman y para ti todas las dudas y los comentarios a pie de página.
Igual no hace falta ninguna dedicatoria.
Algún día…
En el este de Grecia y con John Coltrane de fondo te daré esa pequeña ilustración en donde estás tomando el sol bajo un vestido con patrones asimétricos.
Hasta entonces.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dos minutos para las 2

Dos minutos para las 2 y los párpados te pesan más que la negrura de la noche. Sin embargo te embriagas del ruido blanco de la radio y com...