No sé si es por mi paranoia a los mosquitos o el deseo
persistente de escribir pero sigo
despierto. El tic tac del reloj de pared acompaña al golpeteo de las teclas. Aun
no entiendo que hace ese viejo reloj en la pared porque siempre se atrasa y
nunca puedo saber la hora exacta. Supongo que tampoco importa.
Te mentí esa noche en la cual me preguntaste 27 veces si aún
pensaba que tus manías más complejas seguían siendo lo que inspiraban a mis
escrituchos nocturnos. En realidad ahora escribo de cosas más simples. Cuando
intento escribir sobre tu sonrisa o sobre tus lunares me siento transparente.
Es como si fuera vulnerable a cada influjo de aliento que navega por tu cuerpo.
Me siento apegado a tus pequeños trazos. Por eso miento y escribo de desamor.
Me escondo en las pequeñas historias de transeúntes y describo detalladamente
plazuelas con pequeños cafés con un aire romántico y músicos tocando jazz en
una noche helada. Me diluyo en mis historias. Me escondo detrás de cada
personaje que se pierde en sus pensamientos. Cada vez que alguien esconde una
carta debajo de la almohada o cuando Porfirio sueña peces dorados en el armario.
Tuyo es cada café que toman y para ti todas las dudas y los
comentarios a pie de página.
Igual no hace falta ninguna dedicatoria.
Algún día…
En el este de Grecia y con John Coltrane de fondo te daré
esa pequeña ilustración en donde estás tomando el sol bajo un vestido con
patrones asimétricos.
Hasta entonces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario