El destello, el observador y las lluvias de Julio. (Epístola 16)



           El lunar fue mi captor. Aún bajo las sombras lo encontraba al tacto. Con el suave rose de sus dedos bañados en el destello del cristal. No era una simple marca de nacimiento sino el complejo resultado de una quemadura por el sol de esa tarde que te empecinaste en llegar caminando. Y yo sin poder contenerte, definirte. Sos como una enfermedad. De esas que te echan a perder el verano o como un arrebato. Algo indefinible, insostenible, irrefutable. Aún más rara que el invierno caluroso y las lluvias de verano. No es que me obsesione el contemplarte. Es más el deseo incorruptible de derramar la tinta sobre el papel tratando de traducirte para que todos te contemplen de la manera que yo lo hago cuando te encierro en mis poemas y en mis relatos cortos que siempre te retratan como una trágica comedia.
Tal vez me esté excediendo pero tengo que decirte que el otro día te noté algo nuevo. Estabas justo desafiando a la entropía de tu cabello pasando entre tus rizos la punta de un lápiz y de repente pasó; Me miraste, cerraste los ojos y sonreíste mientras encogías los hombros. Fue como si hubieras visto tu reflejo en mis ojos y te encontraras frente a mí, transparente. Por lo menos fue lo que quise pensar. Quizás solo estabas siendo condescendiente conmigo.
Nunca sabré reaccionar al silencio.

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