No queda más que resignarse a seguir hacia lo profundo en
ese efímero instante en el que sabes que llegaras al fondo tarde o temprano.
Desenlace estruendoso que te come las entrañas. Vértigo que anuncia la llegada
del fin y sin embargo es el momento más tortuoso cuando sabes que meter las
manos por delante no hará ninguna diferencia.
Me rindo a la quietud de tener un gancho en las costillas.
Un lastre que te aplasta los pulmones. No hay aire para suspiros o secretos
susurrados al oído. La lluvia se impone con su tonada nocturna como si de
taladrar el concreto se tratara. Aun así las criaturas nocturnas se mueven con
sigilo entre autos abandonados y hogueras a punto de ceder.
Somos víctimas de una revolución que tenía como objetivo el
exprimir nuestra voluntad y apretar nuestras gargantas con sus botas. Una
revuelta interna que confronta nuestros miedos más profundos con la apatía que
nace de saber lo que viene a la vuelta de la esquina. Nos empotramos en la
pared como eternos espectadores.
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