Me rendí
A los pequeños defectos en tus uñas
Tu humor de los mil carajos y las travesías hacia tus
pupilas enmarcadas en un par de cristales que esconden las verdaderas intenciones
de tu mirada.
Te vendí eso que solo puede pagarse con amor o con
desprecio. El huracán que nos atrae al vórtice de destrucción con flores que
vuelan y se detienen a presumirnos sus perfumes.
Bebida amarga que espera la infusión bajo las brasas congeladas,
ruinas de una realidad que fue caos y murió bajo el cobijo de un romance con
truco.
Dejé de ser yo
Doblé las manos a tu voluntad y perdí la capacidad de descifrar
tus muecas. Veneno con antídoto mortal. Terminé con menos argumentos a estar
solo.
Fui espectador cuando alguien más echaba suertes por el último
resquicio de mi cordura. Me senté en el fondo a observar como perdía
significado mi reflejo.
Sombra que oculta tempestades. Agua salada que seduce a
nuestras bocas secas. Nubes transparentes a un sol que reclama la atención de
nuestros ojos defectuosos.
Al final entendí
Por la manera en la que sigilosamente cortabas mis palabras
y caminabas siempre en silencio. Por la histeria y el llanto sumergida en la
bañera. Por la manera en la que sonaba mi nombre en tus labios.
Con todas las canciones de desamor y las películas con
historias sagaces que te hacían creer que aún había tiempo pero siempre
contaban el mismo final.
Por los oleos grises y los mapas falsos. Por el tiempo
perdido y los hombros encorvados. Por el peso del lastre y por la saeta en el corazón.