Me muevo sin entender quién le da
cuerda al mecanismo que muere dentro de mi.
Voy cepillado mis dientes amarillos uno
a uno mientras mi mente sigue fijada en el tacto de mi vieja
almohada.
Me pone a pensar la regularidad con la
que veo el 11:11 de mi reloj. Como si esperara al momento justo para
saltar sobre mi mirada.
Hoy fui en tren hasta la prefectura de
Nakamura vi romper los capullos de un árbol de cerezo. Hable con
alguien sobre el verano que pasó demasiado rápido. Esta mañana no
pudimos encontrar la nieve sobre nuestros pies. Los rayos de sol
traspasan nuestros lagrimales. Como si fueran las espadas de huestes
que buscan tomar como presa nuestra capacidad de mantener nuestra
espalda seca.
Platiqué con Aoi mientras esperábamos
a que el bochorno menguara y pudiéramos caminar sin que la goma de
la suela de nuestros zapatos se derritiera en el asfalto oriental.
Me contaba como su madre se las
ingeniaba para poner diariamente en su mochila una variedad
diferente de bento. Yo no entendía de complicadas recetas y de
nombres que aunque dichos con voz melodiosa, mi mente no pudo
recordar. Sin embargo mi estomago que habla el idioma universal del
hambre se hizo oír con un gruñir de tripas espantoso. Tienes
suerte, dijo Aoi con una sonrisa entrecortada, He tenido una clase
extra y es justo ahora que me dispongo a descubrir que ha deparado mi
madre para calmar la furia de mi estomago.
Comimos acompañados de la parsimoniosa
sombra de un árbol que tenía mas años que los que tienen los
abuelos de Aoi y los míos juntos.
Ahí, apoltronados en las viejas raíces
de un compañero fiel, me despedí de Aoi y regresé a mi baño. Miré
el reflejo de mi rostro angustiado y seguí cepillando mis dientes
amarillos. Uno a uno.
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