Quiero dormir y soñarte descalza, atada a recorrer una escalera en espiral en donde resuene tu canto leve con estrofas dulces y escucharte sonreír mientras desentonas. Hoy me niego a negarte, quiero pararme junto a ti sin que me mires a los ojos y sorprenderte con mi aroma, tomar tu vieja pulsera verde y jugar con tu collar de amatista que te compre en aquella tarde cuando Salí de trabajar. Te guardare un asiento esta noche, podremos cenar fruta como antes mientras vemos alguna película de animación o escuchamos música y nos perdemos entre versos malogrados a causa del vino tinto.
Hoy te escribo tan plano como puedo para que recibas el mensaje, que te quiero de vuelta en mi oreja aunque sea con tu voz refunfuñona a la hora de dormir con las luces apagadas. No planeo gastar estratagemas en forma de poemas de métrica compleja ni deconstruir mis enredados pensamientos. Tan solo quiero tomar tu cuello con un beso y llenarme de tu delicado cabello.
Se me acabaron las señales tenues y el ego ya no es un pretexto.
El señor de la mercería se preguntaba por dentro el significado de nuestros anillos. Se cuestionaba el porqué tu llevabas tantas bolas de estambre color rojo.
Yo descubriría semanas más tarde que me tejerías una manta roja hilvanada con un dejo de nostalgia, la misma que me envuelve desde que me dejaste bajo la cama…
Te escucho a través del espejo, rondas mis fosas nasales, te cuelgas de mis piernas como lastre inherente a mi inconspicuo ser, vas y vienes a placer como menester expedito con vida cíclica y puntual. Te pienso, lineal, necesidad latente, con el cabello alborotado, enredada bajo una bufanda verde y una mueca inconforme, permaneces a través de sonidos con eco en mis palabras, eres constante en mis memorias torcidas.
Fragmento de: Compilación de Escrituchos No eróticos DE Casi Ficción.
El hombre meditaba si sus acciones ameritaban el caminar hacia atrás y enmendar los daños que había adjuntado a las facturas vitalicias de aquellas personas que intentaron entenderle y terminaron confundidos con su existencia. Oraba por todos ellos mientras tosía tan fuerte que su pañuelo se tiño de un rojo quemado sintiendo a sus ojos salir de sus cuencas.
Antes de envolverse en un sueño eterno quería mirar por última vez ese gran salón en donde se reunía con la calidez de su prole a tocar el pianoforte y escuchar fragmentos de la más reciente novela del escritor de la familia.
Candiles, pinturas, estofados servidos en un gran comedor que albergaba en las cenas a más de doce comensales que disfrutaban de los relatos de tiempos más bélicos en donde algunos de los presentes respondieron a favor de una patria sin nombre.
Aquel hombre al no poder mantener su propia existencia al ser golpeado por una ola de recuerdos de aquella casa que respiraba por su cuenta colapsó colgándose de las cortinas azules y tiñó el tapete oriental con su frio sudor.
Así, el hombre murió con la única aspiración de ser recordado por haber tenido una vida con un derrotero de redención o en su defecto, ser objeto de olvido dentro de las memorias de los bailes de salón y vestidos ajustados.
Te sorprendí hurgando en el pasado, tratando de edificar las murallas caídas, vendiendo flores de papel a los viajantes sin destino, tomando café con miel mientras la sal del océano besa tus pies. Te sentaste sobre el baúl de madera tallada que contiene todas nuestras fotografías en blanco y negro, mientras me explicabas tu silencio con tu cara arrogante y tu vestido ondeándose con el viento.
Nos tendimos en el piso disfrutando de su olor a fresno y mirábamos el techo que pintamos color verde agua para que pudiéramos imaginar nuestra vista al mar justo antes de perdernos en nuestros sueños constantes en donde viajábamos descalzos sin brújula y con equipaje ligero.
Hoy te soñé, vestías esa bufanda que tanto me gusta, estabas sentada en un columpio justo al borde de un despeñadero lleno de neblina en donde no podíamos ver el fondo, tu repetías que sentías mariposas en el estomago y tus zapatillas rojas volaban entre la neblina.
Me limito a contar los flecos de tu vestido para no realizar ningún comentario condescendiente mientras me cuentas de aquel chico guapo que te sonrió en el pasillo de la facultad y de cómo extrañas que yo te escriba versos describiendo tu cuello o razonando sobre lo incoherente que es tratar de comparar lo que siento por ti con la distancia que hay de la tierra a la luna y recordabas las noches en las que salíamos a bailar esa música sin ritmo y movíamos nuestros pies tratando de no pisarnos de nuevo o cuando mirábamos la misma película cada quien en su casa mientras hablábamos por teléfono y fantaseábamos acerca de todo lo que haríamos si fuéramos atrapados dentro de la pantalla en esa película y como prepararíamos Soufflé de chocolatey beberíamos vino de cartón o las mil y un maneras en las que planeábamos no ser comidos por zombies putrefactos mientras montábamos una motocicleta que tu manejarías la cual nos llevaría a conocer la Patagonia Argentina.
Voy perdiendo la razón en el borde más geométrico de mi inestable mente, aquella que nació como una masa solida en la que solo existía la vehemente necesidad de comer, dormir, desechar y comenzar de nuevo. Irónicamente ahora lo que menos hago es dormir. Mi mente se ve sesgada, amordazada y sin voluntad propia, ahora solo soy el eco de lo que la multitud de errores van grabando en mi memoria; una mente fragmentada que tiene interminables contradicciones entre sí.
Tu, si tu…no me llames dramático; Solo tuve un mal día dentro de una pésima semana en un año fatal. Parte de esta vida sin sentido.
Te maquillas las ganas de no verme, te pintas de gris en el cenicero, marcas de dientes en tu espalda, medias rasgadas, zapatillas sin tacón, te escondes en el armario entre mi abrigo café y el impermeable que nunca uso, sabes bien que me gusta sentir la lluvia en el rostro.
Te cuelgas de excusas ambiguas y rehúyes el mirarme directamente a los ojos, esas niñas esconden algo, saben el arte del camuflaje, se disfrazan a rayas negras con ayuda de tus pestañas postizas.